martes, marzo 20, 2007

Sobre las causas de lo sublime y de lo bello

En esta cuarta parte de su obra "De lo sublime y de lo bello" Edmund Burke va a analizar las causas efectivas por las que nos place o deleita lo bello y lo sublime y por qué determinados rasgos en los objetos nos agradan y otros no. En primer lugar Burke reconoce que existen ciertos problemas para determinar las causas del agrado ya que en muchos objetos se produce cierta asociación que hace que el sujeto los ligue a un determinado agrado que no es necesariamente estético; por ejemplo, el oro ¿resulta bello por sí mismo o por a lo que se asocia (prestigio, fama, riqueza, etc.)? Aunque Burke reconoce este problema también admite la necesidad de considerar que existen cosas que nos hayan agradado naturalmente sin necesidad de asociación ya que la asociación debió construirse sobre algún sentimiento natural de agrado estético.

Sigue Burke definiendo las causas de los sentimientos asociados a los sentimientos estéticos: el dolor y el miedo. El dolor se produce cuando nuestro sistema nervioso constata cierto daño físico, el miedo por su parte es cuando nuestra mente presagia un dolor o incluso la muerte (en el caso de presagiar la muerte podemos decir que sentimos un miedo extremo denominado terror). Los efectos del dolor y del miedo son similares si no idénticos. Pone Burke el ejemplo de un perro que teme ser apaleado y grita o gime como si efectivamente lo estuviera siendo.

Llegados aquí recuerda el autor que lo sublime tiene su asiento en cierto sentimiento de terror por lo que cabe preguntarse ¿cómo puede algo en principio doloroso o presagio de un dolor ser causa de deleite?

Un estado de indolencia absoluta, por mucho que excite nuestra imaginación, produce tales inconvenientes y malestares que nos impulsan a actuar activando nuestras energías en algún trabajo o esfuerzo. Se me ocurre el ejemplo de los nobles de tiempos pretéritos y los ricos empresarios de los actuales que ocupan sus vidas ociosas con actividades triviales pero que precisan ejercicio físico: cacerías, gimnasios, incluso trabajos inútiles pero absorbentes; o el ejemplo de un animal enjaulado que imposibilitado para hacer ejercicio (cazar, pulular por la jungla, etc.) realiza en su prisión del zoológico movimientos repetitivos durante horas. El trabajo es necesario para el mantenimiento de nuestro cuerpo y esto muestra, a su vez, la necesidad que tiene nuestro organismo de ser ejercitado y ¿no son el dolor y el terror cierto tipo de perturbaciones de nuestro cuerpo que permiten su ejercicio? Partiendo de aquí dice Burke: "si el dolor y el terror se modifican de tal modo que no son realmente nocivos; si el dolor no conduce a la violencia, y el terror no acarrea la destrucción de la persona, en la medida en que estas emociones alejan las partes, sean finas o toscas, de un estorbo peligroso y perturbador, son capaces de producir deleite; no placer, sino una especie de horror delicioso [...] que por su pertenencia a la autoconservación, es una de las pasiones más fuertes de todas. Su objeto es lo sublime".

En las siguientes secciones el autor irlandés se pregunta la causa de que los elementos expuestos en la parte II de la obra en cuestión generan en nosotros esos sentimientos de temor que hemos asociado a lo sublime. Burke concluye que la obscuridad, la inmensidad, el poder y todos esos rasgos citados en la parte II ponen en evidencia nuestra contingencia, finitud y fragilidad... estos sentimientos no pueden más que generar temor ya que manifiestan la cercanía de lo que es más temible para cualquier hombre: la muerte.

La belleza produce, por el contrario, un sentimiento de amor y de ternura que nos induce a una sensación de dulzura y languidez. Mientras que lo sublime nos producía un estupor en nuestra mente la belleza tiende, por lo contrario, a provocarnos un dulce bienestar. La belleza produce, por lo tanto, un aquietamiento y una relajación en nuestra sensibilidad y en nuestro ánimo. De esto que los rasgos de la belleza sean los que sean: lisura, angulosidad leve y gradual, colores claros y sencillos, etc.

Con estas últimas reflexiones termina Burke la cuarta y penúltima parte de su influyente obra "De lo sublime y de lo bello".